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VIVIR EN LA VERDAD.

El Papa Benedicto XVI dijo que para redimir al mundo es necesario conocer la Verdad, Cristo. Así, la no-redención del mundo consiste “en no reconocer la verdad”, esto es vivir en la mentira.

Entonces, “¿Qué es la verdad? No solo Pilatos arrinconó esta pregunta como sin solución y, para su tarea, impracticable. También hoy, en el debate político, en el debate ideológico, esta palabra resulta molesta. Pero sin la verdad el hombre no acoge el sentido de su vida,a fin de cuentas, deja el campo a los más fuertes”. “¿Puede la política asumir la verdad como categoría para su estructura?”, se preguntaba el Papa.

“Dar testimonio de la verdad”, “significa poner en evidencia la existencia de Dios y su voluntad, frente a los intereses del mundo y a sus potencias”. “Descifrar la creación y su verdad, constituye para el hombre la medida y el criterio orientativo de lo que es el mundo y para qué sirve”.

“La no-redención del mundo consiste, en la no comprensión de la creación y en el no reconocimiento de la verdad, una situación que conduce inevitablemente al dominio del pragmatismo, y de este modo, el poder de lo fuertes se convierte en el dios de este mundo. Quedamos sometidos al poder de los fuertes por no aceptar la Verdad”.

“Redención en el sentido pleno de la palabra puede consistir sólo en el hecho de que la verdad se vuelva reconocible. Y esta se vuelve reconocible si Dios se vuelve reconocible. Él se vuelve reconocible en Jesucristo. Por Él, Dios ha entrado en el mundo, y con esto ha elevado el criterio de la verdad en medio de la historia”.

Veamos ahora lo que le catecismo nos enseña sobre lo que es vivir en la verdad:

I.- VIVIR EN LA VERDAD

Los hombres no podrían vivir juntos, si no tuvieren confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad. Piensese en la actual crisis economica, si es un problema de falta de dinero solamente o si lo es fundamentalmente de confianza en el otro hombre a la hora de hacer las transacciones comerciales a la hora de hacer negocios. Preguntense si es posible cualquier actividad social sin compromiso, sin estabilidad, sin creer que el otro no me a engañar. En justicia, un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad.

Por eso el hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla:  "Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias".

El Antiguo Testamento lo proclama: "Dios es fuente de toda verdad". "Su Palabra es verdad". "Su ley es verdad". "Tú verdad de edad en edad". Puesto que Dios es veraz, los miembros de su pueblo,  son llamados a vivir en la verdad.

II.- OFENSAS A LA VERDAD

Los discípulos de Cristo se han «revestido del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (E! 4, 24). «Desechando la mentira» (E! 4, 25), deben «rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias» (1P 2, 1).

- Falso testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio. Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha incurrido el acusado; comprometen gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces.
- Juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;
- Maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran;
- Calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a éllos.

Para evitar el juicio temerario, cada uno debe interpretar, en cuanto sea posible, en un sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones de su prójimo:
«Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve».

La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la caridad.

Debe proscribirse toda palabra o actitud que, por halago, adulación o complacencia, alienta y confirma a otro en la malicia de sus actos y en la perversidad de su conducta.
- La adulación es una falta grave si se hace cómplice de vicios o pecados graves. El deseo de prestar un servicio o la amistad no justifica una doblez del lenguaje. La adulación es un pecado venial cuando sólo desea hacerse grato, evitar un mal, remediar una necesidad u obtener ventajas legítimas.
- La vanagloria o jactancia constituye una falta contra la verdad. Lo mismo sucede con la ironía que trata de ridiculizar a uno caricaturizando de manera malévola talo cual aspecto de su comportamiento.

- La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar». El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica: «Vuestro padre es el diablo [...] porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44).

La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error. Lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo, la mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el Señor.

La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete y los daños padecidos por los que resultan perjudica dos. Si la mentira en sí sólo constituye un pecado venial, sin embargo llega a ser mortal cuando lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad.

La mentira es condenable por su misma naturaleza. Es una profanación de la palabra cuyo objeto es comunicar a otros la verdad conocida. La intención deliberada de inducir al prójimo a error mediante palabras contrarias a la verdad constituye una falta contra la justicia y la caridad. La culpabilidad es mayor cuando la intención de engañar corre el riesgo de tener consecuencias funestas para los que son desviados de la verdad.

La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a los demás. Atenta contra éllos en su capacidad de conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión. Contiene en germen la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales.

Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación, aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no puede ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación se refiere también a las faltas  cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia.

III.- EL RESPETO A LA VERDAD

- El derecho a la comunicación de la verdad no es incondicional. Todos deben conformar su vida al precepto evangélico del amor fraterno. Este exige, en las situaciones concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad a quien la pide. La caridad y el respeto de la verdad deben dictar la respuesta a toda petición de información o de comunicación. El bienyla seguridad del prójimo, el respeto de la vida privada, el bien común, son razones suficientes para callar lo que no debe ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta discreción. Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla.

- Los secretos profesionales: Que obligan, por ejemplo, a políticos, militares, médicos, juristas-o las confidencias hechas bajo secreto, deben ser guardados, salvo los casos excepcionales en los que el no revelarlos podría causar al que los ha confiado, al que los ha recibido o a un tercero daños muy graves y evitables únicamente mediante la divulgación de la verdad. Las informaciones privadas perjudiciales al prójimo, aunque no hayan sido confiadas bajo secreto, no deben ser divulgadas sin una razón grave y proporcionada.

- Respeto a la vida privada de la gente: Los responsables de la comunicación deben mantener un justo equilibrio entre las exigencias del bien común y el respeto de los derechos particulares. La injerencia de la información en la vida privada de personas comprometidas en una actividad política o pública, es condenable en la medida en que atenta contra su intimidad y libertad.

- El secreto del sacramento de la Reconciliación
es sagrado y no puede ser revelado bajo ningún pretexto. «El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y porningún motivo».

IV.  EL USO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL

Dentro de la sociedad moderna, los medios de comunicación social desempeñan un papel importante en la información, la promoción cultural y la formación. Su acción aumenta en importancia por razón de los progresos técnicos, de la amplitud y la diversidad de las noticias transmitidas, y la influencia ejercida sobre la opinión pública.

La información de estos medios es un servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad: «El recto ejercicio de este derecho exige que, en cuanto a su contenido, la comunicación sea siempre verdadera e íntegra, salvadas la justicia y la caridad; además, en cuanto al modo, ha de ser honesta y conveniente, es decir, debe respetar escrupulosamente las leyes morales, los derechos legítimos y la dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de la noticia como en su divulgacion.

Los medios de comunicación social (en particular, los mass-media) pueden engendrar cierta pasividad en los usuarios, haciendo de éstos, consumidores poco vigilantes de mensajes o de espectáculos. Los usuarios deben imponerse moderación y disciplina respecto a los mass-media. Han de formarse una conciencia clara y recta para resistir más fácilmente las influencias menos honestas.

Por razón de su profesión en la prensa, sus responsables tienen la obligación, en la difusión de la información, de servir a la verdad y de no ofender a la caridad. Han de esforzarse por respetar con una delicadeza igual, la naturaleza de los hechos y los límites y el juicio crítico respecto a las personas. Deben evitar ceder a la difamación.

«La autoridad civil tiene en esta materia deberes peculiares en razón del bien común, al que se ordenan estos medios. Corresponde, pues, a dicha autoridad defender y asegurar la verdadera y justa libertad». Promulgando leyes y velando por su aplicación, los poderes públicos se asegurarán de que el mal uso de los medios no llegue a causar «graves peligros para las costumbres públicas y el progreso de la sociedad».Deberán sancionar la violación de los derechos de cada uno a la reputación y al secreto de la vida privada. Tienen obligación de dar a tiempo y honestamente las informaciones que se refieren al bien general y responden a las inquietudes fundadas de la población. Nada puede justificar el recurso a falsas informaciones para manipular la opinión pública mediante los mass-media. Estas intervenciones no deberán atentar contra la libertad de los individuos y de los grupos.

La moral denuncia la llaga de los estados totalitarios que falsifican sistemáticamente la verdad, ejercen mediante los mass-media un dominio político de la opinión, manipulan a los acusados y a los testigos en los procesos públicos y tratan de asegurar su tiranía yugulando y reprimiendo todo lo que consideran «delitos de opinion».

V.- VERDAD Y BELLEZA.

La práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede también encontrar otras formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que ella entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del alma, el Misterio de Dios.

Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el niño como el hombre de ciencia, «pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sb 13, 5), «pues fue el Autor mismo de la belleza quien las creó» (Sb 13, 3).

«La sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad» (Sb 7, 25-26). «La sabiduría es, en efecto, más bella que el Sol, supera a todas las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad}) (Sb 7, 29-30). «Yo me constituí en el amante de su belleza» (Sb 8, 2).

El hombre, «creado a imagen de Dios», expresa también la verdad de su relación con Dios Creador mediante la belleza de sus obras artísticas. El arte, en efecto, es una forma de expresión propiamente humana; por encima de la satisfacción de las necesidades vitales, común a todas las criaturas vivas, el arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del ser humano. Este brota de un talento concedido por el Creador y del esfuerzo del hombre, y es un género de sabiduría práctica, que une conocimiento y habilidad para dar forma a la verdad de una realidad en lenguaje accesible a la vista y al oído. El arte entraña así cierta semejanza con la actividad de Dios en la creación, en la medida en que se inspira en la verdad y el amor de los seres. Como cualquier otra actividad humana, el arte no tiene en sí mismo su fin absoluto, sino que está ordenado y se ennoblece por el fin último del hombre.

Así, el arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente de Dios, Belleza sobreeminente e invisible de Verdad y de Amor, manifestado en Cristo, «Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia» (Hb 1, 3), en quien «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9), belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de Dios, en los Angeles y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador.

VI.- DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD

El octavo mandamiento prohibe falsear la verdad en las relaciones con el projimo. Este precepto moral deriva de la vocacion del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y quiere la verdad.

Ante Pilato, Cristo proclama que había venido al mundo para dar testimonio de la verdad y el cristiano no debe «avergonzarse de dar testimonio del Señor» (2Tm 1,8), En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambiguedad, a ejemplo de San Pablo ante sus jueces. Debe guardar una «conciencia limpia ante Dios y ante los hombres» (Hch 24, 16).

El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Con el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes llegaron hasta el extremo para dar testimonio de su fe. Son las actas de los Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de sangre.